Una pequeñita radio a transistores conecta con la historia.
Un cúmulo
de ideas e inquietudes pasaron por mi mente. La situación no podía ser del todo
grave, era mejor confirmar por mi mismo lo que estaba ocurriendo.
El bus que
me llevaba de regreso se completó antes de salir de Quilicura. La mayoría de
los pasajeros eran las mismas personas que habían venido anteriormente.
Todos iban
en silencio contemplando el paisaje y el ambiente que adquiría tonalidades
oscuras. Cada uno meditando en lo suyo. Yo meditando en todo lo que habíamos
hecho por instaurar un gobierno de izquierda que al parecer ahora estaba muy
amenazado.
En la
carretera ya se presenciaba algo fuera de lo común.
Los
vehículos transitaban a gran velocidad en una y otra vía. En el año 1973 la
carretera panamericana sólo tenía dos vías. No era difícil percibir que la
inquietud se apropiaba de la gente.
Muchos
obreros subieron al bus y comentaban sigilosamente que “parece que está quedando la cagada”.
Uno de los
pasajeros llevaba una radio portátil de transistores. Nadie dijo nada pero el
silencio del trayecto indicaba que todos queríamos tener alguna noticia. Y esa
pequeña radio nos conectaba con la historia.
Serían
cerca de la diez.
La voz de
Salvador Allende se escuchaba con muchas interferencias. En ese momento nadie
sabía que estaba escuchando en directo el discurso más trascendente de las
últimas décadas. Ninguno de nosotros sabíamos que participábamos de la historia
y que éramos protagonistas de uno de los acontecimientos que marcaron para
siempre la historia de Chile.
Las
palabras del Presidente se escuchaban y el ruido del motor del bus estaba en
complicidad con los que arremetían contra las centrales de transmisión.
Cinco o
seis minutos son los que el bus demoraba entre la calle 14 de la Fama y el puente Bulnes. Las
sesenta o noventa personas que hacíamos el recorrido, con seguridad que jamás olvidaron
aquel momento:
“…Colocado en un tránsito histórico,
pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de
que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de
chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán
avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con
la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad
que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue
intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que
respetaría la
Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento
definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que
aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la
reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la
que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya,
víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano
ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus
privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra,
a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre
que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales
de la Patria ,
a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición
auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clases para defender
también las ventajas de una sociedad capitalista de unos pocos.
Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y
entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al
obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque
en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los
atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas,
destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes
tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal
tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo.
Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre
digno que fue leal con la
Patria …”
El bus se
detuvo frente la Hirmas ,
que era una de las emblemáticas industrias textiles y desde allí podíamos
observar como los trabajadores parecían como un sólido bloque custodiando la
entrada de la Empresa. Al
parecer temían que gente extraña ingresara al recinto o tal vez tenían la
intención de mantener la industria “tomada”.
Yo había
estado allí con ocasión de la inauguración de una planta y la empresa se
denominó como “emastra” que significaba “en manos de sus trabajadores”
El bus
llegaba rápidamente a Mapocho donde terminaba el recorrido.
Me invadía
una gran preocupación, una inmensa soledad y el deseo de que aquello se
revirtiera.
Entonces me
dirigí hacia el centro de Santiago y me daba cuenta de que no era el único. Tal
vez muchos que llevaban impregnado el sello de la lucha social llevábamos una
ruta similar, incierta pero decidida.
Al menos
una docena de personas seguía mis pasos.
Nos
reuniríamos en la Plaza
de la Constitución
como había ocurrido hacía sólo tres meses, el 29 de junio.
Patrullas
de 10 soldados caminaban con sus rifles al hombro, sin seguro, apuntando hacia
el cielo en decidido ademán de disparar.
Cada dos
cuadras aparecía un pelotón de soldados con uniforme de combate que entre
gritos y risotadas persuadía a los transeúntes que abandonaran la zona.
No muy
lejos se escuchaban ráfagas de metralla, gritos y sirenas. Nosotros apresuramos
el paso por calle Bandera hacia la
Alameda.
Con los
edificios céntricos los ruidos y los disparos se multiplicaban. Algunas
personas corrían desesperadamente.
¡Calma,
calma! –Grité- ¡Vayan con calma...!
Cerca de la
calle Moneda se habían instalado algunos tanques. Tal vez cinco o seis.
Llegar a la Moneda , a la plaza de la Constitución era imposible.
A una cuadra
de distancia los soldados habían detenido un grupo de personas que los
mantenían en el suelo.
¡Qué nadie
se mueva!- Gritaba un oficial.
También
corrían algunos fotógrafos y camarógrafos.
Un
escalofrío se apoderó de mi, más allá varias mujeres cubrían un cuerpo con
hojas de periódico, señal de que alguien había sido abatido.
De pronto
me encontré sólo en medio de metrallas, gritos y humo. El día se oscureció.
Tenía que
salir de allí.
Me encaminé
hacia la Alameda
activando mis pupilas y mis oídos.
Miles de papeles
caían desde los edificios.
Y casi sin
darme cuenta, de pronto una “micro” me llevaba por la calle Irarrázaval hacia
el sector de la Reina.
La calle Irarrázaval
era una ruta interminable y esta mañana cientos de personas repletaban las
“micros” y muchos otros caminaban apresuradamente sin voltear la vista por
ambos costados de la vía.
Al llegar
al supermercado “Portofino” la presencia de gente era aún mayor. Una
muchedumbre cubría la entrada y el sitio de los estacionamientos y cada cual
luchaba por obtener cualquier alimento. El espectáculo era conmovedor.
El
“Portofino” nos señalaba que la plaza Egaña estaba a unos minutos.
En la calle
Larraín, “la cola” para comprar el pan era ya mucho menor.
La casa de
la calle Guemes estaba quieta y silenciosa. El gris de cielo se había
mantenido.
Mi esposa,
seguramente aún dormía. Realizaba un arduo trabajo durante la semana y ese día martes, durante la mañana descansaría
permaneciendo en casa. Supuestamente yo regresaría por la tarde, casi al
anochecer.
Con seguridad
no tenía informaciones. Nosotros no teníamos ni radio ni televisión. La música
que ambientaba las tardes de los domingos provenía de un tocadiscos monofónico
en el que escuchábamos los intérpretes de aquellos días. Eran esos gruesos
discos de vinilo, llamados long play que
se escuchaban en 33 revoluciones. Lo más escuchado eran los cantantes populares
Raphael, Adamo, Sandro, la música de Elvis Presley, Juan Manuel Serrat y the
Beatles. Terminaba por entonces el imperio de la llamada “nueva ola “Chilena.
Serían
probablemente algo más de las once de la mañana, cuando algo sorprendida y confundida
me preguntó:
-¿Qué te
pasó?
-No, nada.
-¿No hubo
clases?
-Las
noticias son muy alarmantes, es lo que nos temíamos, hay un golpe de estado en
Chile. Acabo de escuchar a Allende que se despedía de la gente.
Al parecer
están bombardeando la ciudad. Todo está muy alterado. Mucha gente corriendo por
las calles.
-¿Y hay
locomoción?
- Yo no
tuve grandes problemas para llegar, pero seguramente retirarán los buses.
-Ya me
parecía extraño. La gente acá abajo hacía muchos comentarios sobre los
militares pero no entendía nada.
-Pasé por
el centro, es un caos, militares por todos lados y muchos disparos. Parece que
todo es muy grave. Era lo que nos temíamos. Las fuerzas armadas están en la
calle.
Y nadie se
atreve a hacer nada.
- No crees
que es mejor que nos vamos a Quilicura. Nuestra familia estará preocupada.
- No creo,
a esta hora ya es muy riesgoso.
Es en este
momento que suena el teléfono ubicado junto a la escala en el gran hall que
tenía nuestra casa.
Nos miramos
sorprendidos e inquietos.
No era
usual una llamada a esa hora pero en estos casos la gente siempre intenta
comunicarse con alguien.
En
Quilicura nuestras familias no disponían de teléfono.
-Aló. ¡
Hola..!
-Si, está
acá, acaba de llegar
-Si, me
contó algo, de eso hablábamos, está muy nervioso y asustado.
-Ah.
Justamente era nuestra intención, pensamos irnos a Quilicura.
-Ya, ya, si
que bueno.
-Estaremos
listos, no tenemos ningún problema.
-Bueno
esperamos acá. Que tome Irarrázaval, es lo más directo. Nosotros esperamos
Listos para partir.
El
nerviosismo se apoderó de inmediato de mi esposa.
La casa
nuestra tenía unas piezas al fondo del jardín que era habitada por el cuidador
y su anciana madre.
Allí en una
pequeña radio escuchamos lo que acontecía. Era todo alarmante
La voz del
oficial del ejército repetía el bando número uno:
“Teniendo presente:
La gravísima crisis económica, social y moral que está destruyendo el país;
La incapacidad del Gobierno para adoptar las medidas que permitan detener el proceso y desarrollo del caso; el constante incremento de los grupos armados paramilitares, organizados y entrenados por los partidos políticos dela Unidad Popular que
llevarán al pueblo de Chile a una inevitable guerra civil, las Fuerzas Armadas
y Carabineros de Chile declaran:
Que el señor Presidente dela República debe proceder
a la inmediata entrega de su alto cargo a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile.
Que las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros de Chile están unidos, para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación dela Patria del yugo marxista, y
la restauración del orden y de la institucionalidad. Los trabajadores de Chile
pueden tener la seguridad de que las conquistas económicas y sociales que han
alcanzado hasta la fecha no sufrirán modificaciones en lo fundamental.
La prensa, radiodifusoras y canales de televisión adictos ala Unidad Popular
deben suspender sus actividades informativas a partir de este instante. De lo
contrario recibirán castigo aéreo y terrestre.
El pueblo de Santiago debe permanecer en sus casas a fin de evitar víctimas inocentes.”
La gravísima crisis económica, social y moral que está destruyendo el país;
La incapacidad del Gobierno para adoptar las medidas que permitan detener el proceso y desarrollo del caso; el constante incremento de los grupos armados paramilitares, organizados y entrenados por los partidos políticos de
Que el señor Presidente de
Que las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros de Chile están unidos, para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de
La prensa, radiodifusoras y canales de televisión adictos a
El pueblo de Santiago debe permanecer en sus casas a fin de evitar víctimas inocentes.”
La voz y el
mensaje eran imperativos con las evidentes imperfecciones técnicas de
retransmitir el mensaje a través del teléfono.
No había
ninguna posibilidad de sintonizar algo diferente, era la única voz que se
escuchaba.
Las radios
fueron rápidamente acalladas. Era evidente que los militares ya se habían tomado
el poder.
Los
llamados “bandos militares” que no estaban contemplados en la Constitución Chilena
y que además venían con las penas impuestas se sucedían uno tras otro y se
repitieron durante todo el día martes 11.
Las órdenes
eran impartidas como si el gran país de Chile fuera una tropa.
El pánico
se apoderó de todos.
Al fondo de
nuestra casa, en un pequeño cuarto, las informaciones de la radio que había
sido tomada por la Junta Militar
retransmitían una y otra vez:
“El
Palacio de La Moneda
deberá ser evacuado desde las 11.00 horas. De lo contrario, será atacado por la Fuerza Aérea de
Chile. Los trabajadores deberán permanecer en sus sitios de trabajo,
quedándoles terminantemente prohibido abandonarlos. En caso de que así lo
hicieren, serán atacados por fuerzas de Tierra y Aire. Se reitera lo expresado
en el Bando N'1 en el que se advierte de que cualquier acto de sabotaje será
sancionado en la forma más drástica en el lugar mismo de los hechos”.
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