Algo grave ocurría en Chile esa mañana.
Como era de
suponer, la madrugada del día martes 11, una gran cantidad de gente esperaba
estoicamente que la panadería abriera sus puertas para poder comprar el pan.
Eran
centenares de personas que habían permanecido durante la noche reservando el
lugar y que en unas horas más por fin podrían ingresar a la panadería.
La misma
escena se replicaba en todas la panaderías populares.
El día
amaneció gris y amenazante.
Las mañanas
de septiembre en Santiago de Chile, suelen tener temperaturas muy bajas.
El cielo
hacía presumir lluvias.
Era lo
usual escuchar los comentarios de la gente de “la cola”, cuando abría la reja
de la casa para salir:
-Es
Barnabas Collins
-Bonitos
los libros que lleva.
Mi aspecto
no era el de un vampiro, vestía ese día con un traje de cotelé y un beatle de
lana gris. Ese mes había cumplido 22
años, así que mi aspecto era el de un joven normal.
No me
asemejaba al vampiro de la serie “sombras tenebrosas”, aunque Barnabas estaba
en su apogeo y la casa contribuía a la broma.
Los días
martes, mi esposa tenía el día libre y esa mañana se quedó en casa. Esperaría
que la cantidad de gente disminuyera para tratar de conseguir algún kilo de
pan.
En efecto “la
cola” era muy grande, sin contar la gran
aglomeración que se producía en la puerta de entrada de la panadería que a esa
hora permanecía con sus cuatro cortinas cerradas.
Eran poco
más de la siete y me esperaba la gran aventura de llegar a Quilicura. El
principal problema era conseguir una “micro” que pudiera estar algo vacía para
poder subir.
A esa hora
de la mañana todos corrían para conseguir una movilización, todo se repletaba y
en realidad poco importaba ir colgando de las puertas. El objetivo era llegar.
El caos se producía media hora más tarde.
En la cola
del pan y en la “micro” alguien comentó que había problemas con la Marina en Valparaíso y que “algo
estaba pasando en Santiago”, el ejército estaba acuartelado.
Chile se
había habituado a que cada día ocurriera algún hecho político, se había
habituado a la violencia en las calles y todos sabíamos que las informaciones
de ser reales había que confrontarlas con los distintos medios, porque en
verdad, ya nadie creía mucho en lo que la televisión y la radio decía.
Secretamente
sin embargo, todos presagiábamos que algo grave tendría que ocurrir en el país,
el descalabro social que se vivía ya no tenía retorno.
No era muy
extraño que los ecos de ese día hablaran de que estaba “ocurriendo algo grave” en
Valparaíso y en Santiago. Que había tanques en algunos sectores y que los
“milicos” estaban en las calles.
Por lo
demás en el mes de junio, el día 29, un regimiento de blindados de la capital
se había alzado contra el gobierno. En esa ocasión los tanques enfilaron por
Santa Rosa hacia la moneda y las fuerzas leales encabezadas por el Comandante
en jefe del Ejército, el general Carlos Prats habían logrado dominar la
situación.
Esa tarde
del frío mes de junio, casi de forma espontánea nosotros los partidarios de
Allende nos reunimos al atardecer, en la plaza de la Constitución.
Nadie nos
convocó, simplemente estábamos allí.
Cientos de
personas desfilaban por las calles gritando y cantando las consignas de los
partidos de la Unidad Popular :
-¡Crear,
crear poder popular!
-“Momio
escucha, el pueblo está en la lucha!
-“Y si esto
no es el pueblo. ¿El pueblo dónde está? El pueblo está en la calle pidiendo
libertad..!
-¡Jota
jota. Ce ce. Juventudes comunistas de Chile!
-¡Lucha ,
lucha, lucha. No dejes de luchar por un gobierno obrero, obrero y popular!
-“La
izquierda unida, jamás será vencida”
-¡Compañeros...¿Y
como paramos el fascismo? ¡Luchando, creando poder popular!
Frente al
palacio de la Moneda
a pocos metros del Presidente escuché
uno de sus discursos más encendidos y junto a una muchedumbre de partidarios
apasionados por las ideas de la revolución, aplaudíamos cada intervención del Presidente Allende:
“Compañeros,
ya sabe el pueblo lo que reiteradamente le he dicho. El proceso chileno tiene
que marchar por los cauces propios de nuestra historia, nuestra
institucionalidad, nuestras características, y por lo tanto el pueblo debe
comprender que yo tengo que mantenerme leal a lo que he dicho, haremos los
cambios revolucionarios en pluralismo, democracia y libertad, lo cual no
significa ni significara tolerancia con los anti demócratas, tolerancia con los
subversivos y tolerancia con los fascistas, camaradas.
Compañeros,
de la misma manera que siempre le he hablado al pueblo le hablo hoy día. Yo sé
que lo que voy a decir es posible que no le guste a muchos de Uds., pero tienen
que entender cuál es la real posición de este Gobierno: no voy óiganlo
bien y con respeto no voy a cerrar el Congreso, porque sería absurdo. No
lo voy hacer. Pero si es necesario, enviaré un proyecto de Ley para llamar a un
plebiscito para que el pueblo se pronuncie”
Al escuchar
los comentarios de los transeúntes recordé de manera espacial aquel hecho y
simplemente pensé que era una acción como la del 29 de junio y que se
resolvería con la presencia del pueblo. El pueblo estaría una vez más
movilizado.
Y nosotros
estaríamos allí.
Pero esta
vez, no sería así.
El trayecto
de Mapocho a Quilicura fue muy rápido, la carretera presentaba las mismas
características de siempre, pero desde el norte se divisaban camiones militares
que con los faroles encendidos despertaban la curiosidad de los pasajeros.
En mi
carpeta portaba algunos recortes de diario que denunciaban varios hechos de
intervención norteamericana y que los pondría en el diario mural. El caso es
que en el paro de camioneros y en el “mercado negro” se podía reconocer la mano de los Yankees.
Era posible también que ese día organizáramos
la celebración del día del profesor que el año anterior se había instaurado
para el día 12 de septiembre.
Al ingresar
al establecimiento la señora encargada de los servicios menores con una pequeña
radio pegada a sus oídos me comenta que -“la cosa ahora si que está grave, los
militares se están tomando el país y la radio dice que han derribado algunas
antenas de trasmisión, todo está muy peligroso”.
Yo sólo
sonrío.
Sin embargo
en verdad, todo estaba convulsionado.
Los niños
se regresan a sus casas sin más trámites. Los apoderados que ya algo intuían se acercaban a la Escuela preguntando si había clases. Todo tiene a
esa hora, el sello del nerviosismo y el descontrol.
Mis alumnos
eran los más pequeñitos, era el único primero básico que había en la jornada de
la mañana y a la mayoría de ellos les encantaba llegar muy temprano a la Escuela.
En aquellos
días también estaba dentro de lo predecible que hubiese algún paro, de tal
manera que los apoderados en la puerta de la Escuela preguntando si había clases era algo casi
normal.
Lo que no
era normal es que lo hicieran nerviosa y apresuradamente, como si ya conocieran
la respuesta.
El hecho es
que esa mañana los alumnos casi no llegan al establecimiento.
Como la
situación está algo convulsionada y tensa, me dirijo a la sala de profesores
donde iniciaré la preparación del diario mural.
La idea es
que esté completo para cuando llegue el resto de los profesores.
Una de las
profesoras absolutamente consternada se acerca y me pregunta:
¿Acaso no
sabes lo que está ocurriendo?
No tengo
mayores informaciones – le respondo- No se nada de lo que ocurre, pero tenemos
que estar preparados para todo.
-Es un
golpe de Estado-me dice- eso es lo que está ocurriendo. El ejército está en la
calle. Los militares están controlando todo. Eso se está informando y tú y yo
sabemos lo que esto significa.
El diario
mural no se alcanzó a publicar
La
directora iba de un lado a otro con gran nerviosismo y quien encontraba en su
camino le comentaba lo mismo.
-Qué
terrible. ¿Cómo puede ocurrir esto? Esto es muy trágico…
Finalmente
en una reunión que no se extiende por más de cinco minutos, nerviosamente
comunica que no habrá actividades:
-Colegas,
la situación es muy grave y muy peligrosa, ya hay patrullas y disparos por
todas partes y también en las calles, por favor retírense y avisen a sus
apoderados que deben hacerse cargo de los niños.
Vayan lo
más pronto posible a sus hogares. Esto es muy lamentable.
La pequeña
radio a pilas que tenía la señora auxiliar junto a sus oídos reproducía a
intervalos la nerviosa voz de algún periodista que hablaba de movimientos de
tropas en la marina de Valparaíso. Era casi inaudible.
Allí se
comunicaba a los apoderados de situaciones relevantes que la comunidad debiera
conocer.
El aviso
decía con letras imprentas lo siguiente:
“Se
comunica a los apoderados que hoy, las clases están suspendidas.
Quilicura 11 de septiembre de 1973”
Todos se
contagiaron por la incertidumbre y en nos pocos minutos la Escuela quedó vacía.
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