6 sept 2012

SEGUNDA PARTE




 Algo grave ocurría en Chile esa mañana.


Como era de suponer, la madrugada del día martes 11, una gran cantidad de gente esperaba estoicamente que la panadería abriera sus puertas para poder comprar el pan.
Eran centenares de personas que habían permanecido durante la noche reservando el lugar y que en unas horas más por fin podrían ingresar a la panadería.
La misma escena se replicaba en todas la panaderías populares.
El día amaneció gris y amenazante.
Las mañanas de septiembre en Santiago de Chile, suelen tener temperaturas muy bajas.
El cielo hacía presumir lluvias.
Era lo usual escuchar los comentarios de la gente de “la cola”, cuando abría la reja de la casa para salir:
-Es Barnabas Collins
-Bonitos los libros que lleva.
-Podíamos vivir acá nosotros…

Mi aspecto no era el de un vampiro, vestía ese día con un traje de cotelé y un beatle de lana gris. Ese mes  había cumplido 22 años, así que mi aspecto era el de un joven normal.
No me asemejaba al vampiro de la serie “sombras tenebrosas”, aunque Barnabas estaba en su apogeo y la casa contribuía a la broma.
Los días martes, mi esposa tenía el día libre y esa mañana se quedó en casa. Esperaría que la cantidad de gente disminuyera para tratar de conseguir algún kilo de pan.
En efecto “la cola” era muy grande,  sin contar la gran aglomeración que se producía en la puerta de entrada de la panadería que a esa hora permanecía con sus cuatro cortinas cerradas.
Eran poco más de la siete y me esperaba la gran aventura de llegar a Quilicura. El principal problema era conseguir una “micro” que pudiera estar algo vacía para poder subir.
A esa hora de la mañana todos corrían para conseguir una movilización, todo se repletaba y en realidad poco importaba ir colgando de las puertas. El objetivo era llegar. El caos se producía media hora más tarde.
En la cola del pan y en la “micro” alguien comentó que había problemas con la Marina en Valparaíso y que “algo estaba pasando en Santiago”, el ejército estaba acuartelado.
Chile se había habituado a que cada día ocurriera algún hecho político, se había habituado a la violencia en las calles y todos sabíamos que las informaciones de ser reales había que confrontarlas con los distintos medios, porque en verdad, ya nadie creía mucho en lo que la televisión y la radio decía.
Secretamente sin embargo, todos presagiábamos que algo grave tendría que ocurrir en el país, el descalabro social que se vivía ya no tenía retorno.
No era muy extraño que los ecos de ese día hablaran  de que estaba “ocurriendo algo grave” en Valparaíso y en Santiago. Que había tanques en algunos sectores y que los “milicos” estaban en las calles.
Por lo demás en el mes de junio, el día 29, un regimiento de blindados de la capital se había alzado contra el gobierno. En esa ocasión los tanques enfilaron por Santa Rosa hacia la moneda y las fuerzas leales encabezadas por el Comandante en jefe del Ejército, el general Carlos Prats habían logrado dominar la situación.
Esa tarde del frío mes de junio, casi de forma espontánea nosotros los partidarios de Allende nos reunimos al atardecer, en la plaza de la Constitución.
Nadie nos convocó, simplemente estábamos allí.
Cientos de personas desfilaban por las calles gritando y cantando las consignas de los partidos de la Unidad Popular:

-¡Crear, crear poder popular!
-“Momio escucha, el pueblo está en la lucha!
-“Y si esto no es el pueblo. ¿El pueblo dónde está? El pueblo está en la calle pidiendo    
   libertad..!
-¡Jota jota. Ce ce. Juventudes comunistas de Chile!
-¡Lucha , lucha, lucha. No dejes de luchar por un gobierno obrero, obrero y popular!
-“La izquierda unida, jamás será vencida”
-¡Compañeros...¿Y como paramos el fascismo? ¡Luchando, creando poder popular!

Frente al palacio de la Moneda  a pocos metros del Presidente escuché uno de sus discursos más encendidos y junto a una muchedumbre de partidarios apasionados por las ideas de la revolución,  aplaudíamos cada intervención del Presidente Allende:

“Compañeros, ya sabe el pueblo lo que reiteradamente le he dicho. El proceso chileno tiene que marchar por los cauces propios de nuestra historia, nuestra institucionalidad, nuestras características, y por lo tanto el pueblo debe comprender que yo tengo que mantenerme leal a lo que he dicho, haremos los cambios revolucionarios en pluralismo, democracia y libertad, lo cual no significa ni significara tolerancia con los anti demócratas, tolerancia con los subversivos y tolerancia con los fascistas, camaradas.
Compañeros, de la misma manera que siempre le he hablado al pueblo le hablo hoy día. Yo sé que lo que voy a decir es posible que no le guste a muchos de Uds., pero tienen que entender cuál es la real posición de este Gobierno: no voy óiganlo bien y con respeto no voy a cerrar el Congreso, porque sería absurdo. No lo voy hacer. Pero si es necesario, enviaré un proyecto de Ley para llamar a un plebiscito para que el pueblo se pronuncie”


Al escuchar los comentarios de los transeúntes recordé de manera espacial aquel hecho y simplemente pensé que era una acción como la del 29 de junio y que se resolvería con la presencia del pueblo. El pueblo estaría una vez más movilizado.
Y nosotros estaríamos allí.
Pero esta vez, no sería así.
El trayecto de Mapocho a Quilicura fue muy rápido, la carretera presentaba las mismas características de siempre, pero desde el norte se divisaban camiones militares que con los faroles encendidos despertaban la curiosidad de los pasajeros.
En mi carpeta portaba algunos recortes de diario que denunciaban varios hechos de intervención norteamericana y que los pondría en el diario mural. El caso es que en el paro de camioneros y en el “mercado negro” se  podía reconocer la mano de los Yankees.
 Era posible también que ese día organizáramos la celebración del día del profesor que el año anterior se había instaurado para el día 12 de septiembre.
Al ingresar al establecimiento la señora encargada de los servicios menores con una pequeña radio pegada a sus oídos me comenta que -“la cosa ahora si que está grave, los militares se están tomando el país y la radio dice que han derribado algunas antenas de trasmisión, todo está muy peligroso”.
Yo sólo sonrío.
Sin embargo en verdad, todo estaba convulsionado.
Los niños se regresan a sus casas sin más trámites. Los apoderados que ya algo intuían  se acercaban  a la Escuela preguntando si había clases. Todo tiene a esa hora, el sello del nerviosismo y el descontrol.
Mis alumnos eran los más pequeñitos, era el único primero básico que había en la jornada de la mañana y a la mayoría de ellos les encantaba llegar muy temprano a la Escuela.
Esa mañana había poquísimos.

En aquellos días también estaba dentro de lo predecible que hubiese algún paro, de tal manera que los apoderados en la puerta de la Escuela preguntando si había clases era algo casi normal.
Lo que no era normal es que lo hicieran nerviosa y apresuradamente, como si ya conocieran la respuesta.
El hecho es que esa mañana los alumnos casi no llegan al establecimiento.
Como la situación está algo convulsionada y tensa, me dirijo a la sala de profesores donde iniciaré la preparación del diario mural.
La idea es que esté completo para cuando llegue el resto de los profesores.
Una de las profesoras absolutamente consternada se acerca y me pregunta:
¿Acaso no sabes lo que está ocurriendo?
No tengo mayores informaciones – le respondo- No se nada de lo que ocurre, pero tenemos que estar preparados para todo.
-Es un golpe de Estado-me dice- eso es lo que está ocurriendo. El ejército está en la calle. Los militares están controlando todo. Eso se está informando y tú y yo sabemos lo que esto significa.
El diario mural no se alcanzó a publicar
La directora iba de un lado a otro con gran nerviosismo y quien encontraba en su camino le comentaba lo mismo.
-Qué terrible. ¿Cómo puede ocurrir esto? Esto es muy trágico…
Finalmente en una reunión que no se extiende por más de cinco minutos, nerviosamente comunica que no habrá actividades:
-Colegas, la situación es muy grave y muy peligrosa, ya hay patrullas y disparos por todas partes y también en las calles, por favor retírense y avisen a sus apoderados que deben hacerse cargo de los niños.
Vayan lo más pronto posible a sus hogares. Esto es muy lamentable.
La pequeña radio a pilas que tenía la señora auxiliar junto a sus oídos reproducía a intervalos la nerviosa voz de algún periodista que hablaba de movimientos de tropas en la marina de Valparaíso. Era casi inaudible.
La Directora me solicita que escriba una comunicación en el pizarrón que se ubica en la entrada del colegio.
Allí se comunicaba a los apoderados de situaciones relevantes que la comunidad debiera conocer.
El aviso decía con letras imprentas lo siguiente:

“Se comunica a los apoderados que hoy, las clases están suspendidas.
 Quilicura 11 de septiembre de 1973”

Todos se contagiaron por la incertidumbre y en nos pocos minutos la Escuela quedó vacía.

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