La víspera, el presagio.
El día 10
de septiembre del año 1973, antes del amanecer, una larguísima fila de gente
hacía “la cola” para poder comprar el pan.
La
panadería principal estaba a media cuadra de la plaza Egaña, por la calle
Larraín hacia la cordillera y era esta la panadería más grande de todo ese
sector.
La gente
que hacía “la cola”, y ocupaba los primeros lugares de la fila, prácticamente
habían pernoctado allí. Otros llegaban pasada la medianoche y la mayoría lo
hacia en las horas previas del amanecer.
La larga
fila se extendía por la calle Larraín y luego se desviaba hacia la derecha por
la calle Guemes. Esto era la parte poniente de la Comuna de la Reina.
Por la
calle Guemes a media cuadra de Larraín había una antigua casa de dos pisos de
color celeste que tenía como característica una gran palmera a la entrada.
Allí
vivíamos nosotros
Más de una
ocasión escuchamos que la gente que hacía “la cola” la denominaba como la “casa
de Barnabas Collins” en referencia al vampiresco personaje de la televisión y
al aspecto sombrío y siniestro que en realidad tenía esta construcción.
La casa
tenía un especial encanto con sus detalles Europeos de finales de siglo y con
los ventanales en forma de galerías que acentuaban su especial estilo
arquitectónico.
En verdad
tenía una cautivadora elegancia.
Nosotros
nos habíamos casado en el mes de junio del año 1973 y nos trasladamos de
Quilicura hacia la Reina
y fuimos a vivir en el barrio de Plaza Egaña.
Al cabo de
cuatro meses de vivir allí, ya teníamos cierto dominio sobre el barrio.Cerca de
las tres de la madrugada ya se escuchaban los gritos, los ruidos y las
conversaciones que venían desde la calle
de la gran cantidad de personas que hacían la fila para comprar el pan.
Desde la
ventana del balcón podíamos mirar como la gente que llegaba se iba apoyando en
nuestra vereda junto a los muros para poder guarecerse del frío y de la
inclemencia de la noche. Debían esperar allí hasta las ocho o nueve de la
mañana horario en que la panadería abría sus puertas y comenzaba a atender a
los cientos de personas que esperaban el pan.
Adquirir un
kilo de pan era por tanto una larga odisea.
Con
seguridad que aquellas personas, la mayoría jóvenes habían venido de los
sectores mas diversos de la comuna de la Reina y Peñalolén. En verdad sus conversaciones
hacían referencia al hecho de lo mucho que tenían que caminar para poder estar
allí.
En más de
alguna ocasión también compartí desde el amanecer, esa larga fila con todos
ellos para poder comprar el pan.
Y no sólo
había largas colas para comprar el pan, sino también para todo tipo de productos
y en los más distantes sectores.
La gente,
las dueñas de casa debían hacer grandes esfuerzos para conseguir el aceite, la
harina, la margarina, la leche. Obtener un kilo de carne o de pollo era casi
imposible, de tal modo que si algún miembro de la familia llegaba con ese
producto casi era considerado como una hazaña.
Y esta
misma escena de absoluto desabastecimiento se repetía y se multiplicaba en todo
Santiago. En todos los barrios la gente a toda hora hacía largas colas para
adquirir cualquier producto.
Pero sin lugar a dudas que las panaderías eran
protagonistas en estos días.
Años después, el país se enteraría que todo el desabastecimiento era la consecuencia de un maquiavélico plan que tenía su origen en USA, para desestabilizar el gobierno de Salvador Allende.
Años después, el país se enteraría que todo el desabastecimiento era la consecuencia de un maquiavélico plan que tenía su origen en USA, para desestabilizar el gobierno de Salvador Allende.
En
Quilicura no podía ser de otro modo.
Literalmente
los almacenes y boliches no tenían nada exceptuando las verduras y las frutas.
Quilicura
poseía sólo tres panaderías que en época normal aseguraba el pan a los vecinos.
Pero estos días nada tenían de normal.
Los otros eran pequeños almacenes y
verdulerías al margen de una carnicería que se ubicaba en el centro del
“pueblo”.
El pan, por
tanto, había que adquirirlo necesariamente
en alguna de estas panaderías y en cada una de ellas, al igual que en
todo Santiago suponía enfrentarse a agotadoras e interminables colas
Los vecinos
optaron por abandonar la comuna y buscar el escaso abastecimiento en los
sectores cercanos donde se suponía que algo podría encontrarse. Los barrios más
frecuentados eran Independencia Recoleta y Matucana.
Generalmente
los niños y jóvenes que tenían una mayor resistencia hacían la cola y sus
familiares calculaban los horarios para llegar y hacer las compras. En el caso
del pan había ocasiones en que cada familia contaba con unos veinte componentes
que reservaban el lugar.
Si alguien
quería hacer comentarios adversos al Gobierno, no había sitio más indicado.
El día 10
de septiembre, al igual que hacía ya más de cuatro meses yo iniciaba el viaje desde la Reina a Quilicura cerca de las 07.15 horas.
Había que
tomar una “micro”, desde plaza Egaña hacia Mapocho y allí tomar el bus que
trasladaba a la gente hasta Quilicura.
Desde La Reina a Quilicura había una
distancia de cerca de 30
kilómetros .
El tráfico
y el transporte eran muy lentos por lo que el ánimo para viajar consideraba al
menos 30 minutos. Los rostros y el paisaje siempre eran lo mismo. El trayecto
hacia Quilicura no había cambiado en años.
Era una
extensa carretera conformada por industrias a ambos lados, que conducía hacia
la calle Matta, la principal vía de acceso hacia el pueblo de Quilicura. La
calle Matta serpenteaba hacia el centro de lo que los quilicuranos denominaban “el
pueblo” y el paisaje semi rural dejaba ver antiguas construcciones de adobes,
enredaderas, flores silvestres, enrejados de alambres y los tejados de las
techumbres.
Las personas siempre eran las mismas. Escolares
y profesores de la comuna que trabajaban en alguno de los escasos colegios con
que contaba la comuna. Venían pequeños comerciantes y algunos obreros y
operarios de las empresas metalúrgicas.
Al ingresar
a la aldea por la calle Matta., la “micro” colapsaba.
La escuela
386, República Popular de Bulgaria estaba al final del recorrido en la
población María Ruiz Tagle.
Los muros
que daban hacia el recorrido del bus y que cada mañana era inevitable leer
reflejaban la atmósfera de politización de aquellos días, al mirar a través de
los vidrios del bus en este lento recorrido, aparecían las consignas:
“Momios sediciosos, no pasarán”, “No a la
guerra civil”, “Poder popular para el pueblo”, “Movimiento de izquierda
revolucionario. MIR”, “A organizar las milicias populares”,”Con Allende,
venceremos”, “A crear las juntas de abastecimiento”, “No al fascismo”, “No a la
sedición”, “A defender el gobierno del pueblo” y cientos de proclamas similares
en todos los tonos y todos los tamaños.
Los días
lunes por la mañana, en las escuelas públicas era usual realizar un acto
matinal destacando alguna efeméride. En el patio de la Escuela , los alumnos
formados por cursos frente a sus profesores entonaban el himno nacional y contemplaban como dos de sus
compañeros realizaban el izamiento de la bandera Chilena.
Se entonó
como siempre la canción Nacional.
-Buenos
días niños
-Buenos
días profesor.
Aquel día
lunes se habló sobre la historia de Chile.
En el año
1541 se produce un levantamiento del pueblo mapuche. Son 8000 indígenas que atacan por sorpresa el fuerte español en
la ciudad de Santiago.
Las
represalias por este hecho son de las más crueles y sangrientas que recuerde la
historia. Gran fama por su crueldad adquiere una mujer española, Inés de
Suárez.
Luego del
acto se iniciaba la jornada que se interrumpía por el recreo de las 10.00
horas.
Durante el
desayuno en la sala de profesores, se produce un pequeño conflicto a raíz de
los recortes de prensa y los volantes que se colocan en el diario mural
llamando a los profesores a cuidar y proteger el Gobierno de Salvador Allende.
Se trataba
de un grupo de muy jóvenes profesores, liderados también por una mujer muy
joven, quien desde el inicio fue su Directora.
Gracias al
esfuerzo y a un trabajo constante de ese grupo de docentes, la población María
Ruiz Tagle era reconocida en el ámbito comunal. Las familias en general sentían
un gran orgullo por la Escuela ,
aunque los vecinos comentaban que las tendencias de los profesores eran
evidentemente de izquierda. El clima que se generó desde 1969, año de su
fundación hablaba de un sólido equipo humano que ante todo tenía como virtud,
la unidad. Esto potenciaba enormemente el trabajo.
En la Escuela 386, las jornadas
tenían horario de inicio, pero no tenían horario de término. Siempre había una
actividad pendiente. Y allí estaba la Directora con los profesores estableciendo nuevos
rumbos para alumnos y apoderados
Hubo un
compromiso social y pedagógico del que nadie era ajeno. El trabajo constituía
una verdadera trilogía de acción: alumnos, profesores y apoderados.
Los
resultados eran más bien de tipo cualitativo, lo que finalmente tiene mayor repercusión
en la comunidad y en el hogar, los alumnos eran actores, pintores, músicos
bailarines o gimnastas.
Los
profesores eran muy respetados y esto favorecía el desarrollo comunitario.
La escuela
por tanto generaba algunas envidias de parte de otras comunidades docentes y
generaba también anticuerpos de los políticos de la derecha que no veían con
buenos ojos la influencia que la
Escuela tenía en general en la comunidad de Quilicura.
Cada
profesor, cada profesora ejercían un autentico liderazgo pedagógico y social y
esto incidía en la cultura de los pobladores.
Era pues
casi normal que entre sus miembros se generaran algunas diferencias.
Ese día
lunes pasado el mediodía, luego de la jornada de clases, me dirigí al Edificio Gabriela Mistral ubicado
en la alameda Bernardo O’higgins a un costado del cerro santa Lucía.
El edificio
era imponente por su estructura y presentación. Había sido construido dos años
antes con el propósito de que Chile fuera el anfitrión en la recepción de la
totalidad de delegaciones de las naciones unidas en una jornada más de la UNCTAD.
En el mes
de abril de 1972 se realizó en Chile la
tercera conferencia mundial de comercio y desarrollo.
El edificio
se construyó en tiempo record y era el orgullo de la ingeniera Chilena.
Una vez que
finalizó aquel congreso, el edificio de la UNCTAD fue cedido al Ministerio de Educación para
que se utilizara en congresos, seminarios, actividades culturales y todo tipo
de manifestaciones populares. Allende había dicho que era “el edificio del pueblo”
y fue nominado como Centro cultural metropolitano Gabriela Mistral.
“Queremos que esa torre sea entregada, y así lo propondré, a
las mujeres y a los niños chilenos, y queremos que esa placa sea la base
material del gran Instituto Nacional de la Cultura. Queremos
que la cultura no sea el patrimonio de una elite, sino que a ella tengan acceso
-y legítimo- las grandes masas preteridas y postergadas hasta ahora,
fundamentalmente, los trabajadores de la tierra, de la usina, de las empresas o
el litoral”
En general
la gente sentía un gran respeto por la construcción y era algo inmune a rayados
y atentados. Por lo demás, los muros de la fachada principal eran de cerámica
maciza casi invulnerables. Era un edificio imponente.
Siempre
lucía impecable.
Cerca de
las 15.00 horas me encontraba en una de las galerías subterráneas del edificio.
Una hermosa y amplia sala sería inaugurada por el Instituto Búlgaro de Cultura
durante esa semana, se trataba de una exposición que reunía fotografías,
láminas, dibujos, textos y artesanías que
habían plasmado los alumnos de la Escuela 386 y que era el mejor homenaje al pueblo
de Bulgaria.
La Escuela
había puesto grandes expectativas sobre esta exposición y era probable incluso
que a través de la embajada algún alumno o profesor pudiera eventualmente viajar hacia Sofía, su capital.
En mi poder
estaban todos esos trabajos y me correspondía montar la muestra a la que se
invitaría a variadas personalidades.
Dispondría
de toda la tarde para avanzar en el diseño de la muestra. Me acompañaron
algunas personas del Instituto búlgaro, pero cerca de las 16 .00 horas me quedé
solo en el salón.
El clima
externo, era bastante adverso.
De hecho
“La segunda”, un diario opositor al régimen de Allende y que circulaba durante
la tarde, publicaba un gran titular en letras rojas que decía: “Que renuncie”.
Los días
previos las disputas entre partidarios y opositores al gobierno de Salvador
Allende eran absolutamente polarizadas. El clima y la efervescencia ideológica
venía en aumento desde el inicio de 1973 y sencillamente no había ningún punto
de encuentro.
Los diarios
exhibían sin ningún pudor sus
preferencias políticas y eran un muro más de cara a los lectores. Se había
perdido la objetividad completamente y esto mismo ocurría en las radios y los
canales de la TV.
El diario
“Tribuna” de tendencia ultraderechista hacía diariamente un llamado a las FFAA
para que intervinieran. Por su parte el diario “Puro Chile” ponía en su portada
diarias denuncias de lo que era la sedición y llamaba a los chilenos a dormir
“con un ojo abierto”, para defender el gobierno de la Unidad Popular.
El clima en
escala un tanto menor se trasladaba a las zonas y sectores periféricos.
Quilicura
era una tierra apacible y calma, no éramos más de 40.000, pero ya los ecos de la
contienda habían llegado a fines del año 1969 y especialmente durante la
campaña de 1970.
No había en
la comuna, kioscos de revistas y periódicos, eso correspondía a la urbe, apenas
un suplementero que exhibía los diarios del día cerca de la plaza de la comuna
y hacía el reparto con un triciclo.
Lo que si
parecía como obvio, era el desnivel de medios de comunicación que se inclinaba
hacia la derecha por una serie de razones económicas que incluso como se
revelaría años más tarde, incluía la política de los EEUU que tenían como
objetivo derrocar el Gobierno constituido.
Quilicura
al igual que el resto del país se dividía en “momios” y “comunistas”.
Los momios por
la noche sintonizaban el noticiero de canal trece y los comunistas optaban por
el canal siete.
Cerca de
las 17.00 horas se escuchaba el eco de una manifestación de mujeres. Los
partidos de derecha y oposición habían convocado a una “protesta” en la Alameda y durante la tarde
se produjeron una serie de altercados frente a la sede de la Universidad de Chile y
al edificio Gabriela Mistral donde me encontraba a esa hora.
La calle
Alameda casi diariamente tenía manifestaciones de gran convocatoria para apoyar
o rechazar el régimen de Allende.
Hasta el
subterráneo llegaban el griterío de las mujeres que se habían concentrado una vez más en gran número en la
principal arteria capitalina.
Los gritos
en las manifestaciones eran el condimento apropiado para exacerbar cada vez más
los ánimos de los concurrentes.
“No hay
carne huevón, no hay leche huevón ¿Qué chucha es lo que pasa huevón?”
Y cientos
de insultos para allende y su gobierno, que iban en la dirección donde unos
escasos funcionarios policiales resguardaban la seguridad.
Desde muy
lejos llegaban los granos de maíz con los que las mujeres expresaban la
cobardía de los militares por no intervenir en la política del país y de este
modo les hacían ver que eran unos “gallinas”.
Los granos
de maíz descendían por los escalones, hacia el salón donde me encontraba.
Algún temor
sentí que ingresarán al edificio y me sorprendieran virtualmente solo, montando
una exposición para resaltar los valores de un país socialista.
Nadie en
condiciones similares podría evitar que reaccionaran con la mayor agresividad.
Pero la
marcha continuó por la Alameda
hacia el poniente.
Lo supuse
porque el griterío se alejaba del sector.
Pasadas las
18.30 horas, luego de dejar algunas observaciones al guardia, abandoné el
edificio Gabriela Mistral.
Como el
trabajo del montaje de la exposición no logré terminarlo, volvería el día
martes 11 de septiembre en algún horario durante el día.
Sobre los
mesones quedaron las artesanías, las láminas, las cartulinas de colores, reglas, una corchetera, pegamentos,
plumones y una gran cantidad de fotografías en blanco y negro de
nuestros alumnos. También había dos de mis trabajos elaborados en carboncillo.
Caminé
hacia el centro de la capital entre manifestantes rezagados que aún permanecían
en las calles. Las aceras estaban inundadas de todo tipo de volantes y papeles.
Recuerdo
los titulares de los diarios en los kioscos de la calle Ahumada:
“Cada cual
en su puesto de combate”, rezaba El Siglo.
“Renuncie,
hágalo por Chile”, destacaba La segunda sobre un fondo verde.
Tribuna pretendiendo ser gracioso había
titulado: “Si no se echa el pollo, que cierre la puerta por fuera”.
Las letras
rojas de clarín expresaban: “Sonaron los momios, al pueblo se le acabó la
paciencia”.
En algún
local del Centro pude comprar una bolsa de pan de molde.
Cerca de
las 21.00 horas, me encontraba en la Calle
Guemes 70, la casa donde vivíamos, cerca de plaza Egaña.
La cola
para el pan se extendía varios metros por Larraín hacia nuestra casa y esa
noche como nunca antes, la cola del pan que se compraría al día siguiente, se
extendía por al menos unas cuatro cuadras.
El murmullo,
las risas, los gritos y las conversaciones se prolongaron toda la noche.
Excelente viaje hacia el pasado reciente,q tiñó de sangre a un pueblo,q no tuvo armas...felicito lo q usted ha descrito detalladamente!!
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