6 sept 2012

PRIMERA PARTE



 La víspera, el presagio.

El día 10 de septiembre del año 1973, antes del amanecer, una larguísima fila de gente hacía “la cola” para poder comprar el pan.
La panadería principal estaba a media cuadra de la plaza Egaña, por la calle Larraín hacia la cordillera y era esta la panadería más grande de todo ese sector.
La gente que hacía “la cola”, y ocupaba los primeros lugares de la fila, prácticamente habían pernoctado allí. Otros llegaban pasada la medianoche y la mayoría lo hacia en las horas previas del amanecer.
El frío de setiembre era muy intenso.

La larga fila se extendía por la calle Larraín y luego se desviaba hacia la derecha por la calle Guemes. Esto era la parte poniente de la Comuna de la Reina.
Por la calle Guemes a media cuadra de Larraín había una antigua casa de dos pisos de color celeste que tenía como característica una gran palmera a la entrada.
Allí vivíamos nosotros
Más de una ocasión escuchamos que la gente que hacía “la cola” la denominaba como la “casa de Barnabas Collins” en referencia al vampiresco personaje de la televisión y al aspecto sombrío y siniestro que en realidad tenía esta construcción.
La casa tenía un especial encanto con sus detalles Europeos de finales de siglo y con los ventanales en forma de galerías que acentuaban su especial estilo arquitectónico.
En verdad tenía una cautivadora elegancia.
Nosotros nos habíamos casado en el mes de junio del año 1973 y nos trasladamos de Quilicura hacia la Reina y fuimos a vivir en el barrio de Plaza Egaña.
Por varias semanas estuvimos pintando y restaurando la antigua vivienda.
Al cabo de cuatro meses de vivir allí, ya teníamos cierto dominio sobre el barrio.Cerca de las tres de la madrugada ya se escuchaban los gritos, los ruidos y las conversaciones  que venían desde la calle de la gran cantidad de personas que hacían la fila para comprar el pan.
Desde la ventana del balcón podíamos mirar como la gente que llegaba se iba apoyando en nuestra vereda junto a los muros para poder guarecerse del frío y de la inclemencia de la noche. Debían esperar allí hasta las ocho o nueve de la mañana horario en que la panadería abría sus puertas y comenzaba a atender a los cientos de personas que esperaban el pan.
Adquirir un kilo de pan era por tanto una larga odisea.
Con seguridad que aquellas personas, la mayoría jóvenes habían venido de los sectores mas diversos de la comuna de la Reina y Peñalolén. En verdad sus conversaciones hacían referencia al hecho de lo mucho que tenían que caminar para poder estar allí.
En más de alguna ocasión también compartí desde el amanecer, esa larga fila con todos ellos para poder comprar el pan.
Y no sólo había largas colas para comprar el pan, sino también para todo tipo de productos y en los más distantes sectores.
La gente, las dueñas de casa debían hacer grandes esfuerzos para conseguir el aceite, la harina, la margarina, la leche. Obtener un kilo de carne o de pollo era casi imposible, de tal modo que si algún miembro de la familia llegaba con ese producto casi era considerado como una hazaña.
Y esta misma escena de absoluto desabastecimiento se repetía y se multiplicaba en todo Santiago. En todos los barrios la gente a toda hora hacía largas colas para adquirir cualquier producto.
 Pero sin lugar a dudas que las panaderías eran protagonistas en estos días.
Años después, el país se enteraría que todo el desabastecimiento era la consecuencia de un maquiavélico plan que tenía su origen en USA, para desestabilizar el gobierno de Salvador Allende.

En Quilicura no podía ser de otro modo.
Literalmente los almacenes y boliches no tenían nada exceptuando las verduras y las frutas.
Quilicura poseía sólo tres panaderías que en época normal aseguraba el pan a los vecinos. Pero estos días nada tenían de normal.
 Los otros eran pequeños almacenes y verdulerías al margen de una carnicería que se ubicaba en el centro del “pueblo”.
El pan, por tanto, había que adquirirlo necesariamente  en alguna de estas panaderías y en cada una de ellas, al igual que en todo Santiago suponía enfrentarse a agotadoras  e interminables colas
Los vecinos optaron por abandonar la comuna y buscar el escaso abastecimiento en los sectores cercanos donde se suponía que algo podría encontrarse. Los barrios más frecuentados eran Independencia Recoleta y Matucana.
Generalmente los niños y jóvenes que tenían una mayor resistencia hacían la cola y sus familiares calculaban los horarios para llegar y hacer las compras. En el caso del pan había ocasiones en que cada familia contaba con unos veinte componentes que reservaban el lugar.
Si alguien quería hacer comentarios adversos al Gobierno, no había sitio más indicado.

El día 10 de septiembre, al igual que hacía ya más de cuatro  meses yo iniciaba el viaje desde la Reina  a Quilicura cerca de las 07.15 horas.
Había que tomar una “micro”, desde plaza Egaña hacia Mapocho y allí tomar el bus que trasladaba a la gente hasta Quilicura.
Desde La Reina a Quilicura había una distancia de cerca de 30 kilómetros.
El bus iniciaba su recorrido en Mapocho cerca de la estación.

El tráfico y el transporte eran muy lentos por lo que el ánimo para viajar consideraba al menos 30 minutos. Los rostros y el paisaje siempre eran lo mismo. El trayecto hacia Quilicura no había cambiado en años.
Era una extensa carretera conformada por industrias a ambos lados, que conducía hacia la calle Matta, la principal vía de acceso hacia el pueblo de Quilicura. La calle Matta serpenteaba hacia el centro de lo que los quilicuranos denominaban “el pueblo” y el paisaje semi rural dejaba ver antiguas construcciones de adobes, enredaderas, flores silvestres, enrejados de alambres y los tejados de las techumbres.
 Las personas siempre eran las mismas. Escolares y profesores de la comuna que trabajaban en alguno de los escasos colegios con que contaba la comuna. Venían pequeños comerciantes y algunos obreros y operarios de las empresas metalúrgicas.
Al ingresar a la aldea por la calle Matta., la “micro” colapsaba.
La escuela 386, República Popular de Bulgaria estaba al final del recorrido en la población María Ruiz Tagle.
Los muros que daban hacia el recorrido del bus y que cada mañana era inevitable leer reflejaban la atmósfera de politización de aquellos días, al mirar a través de los vidrios del bus en este lento recorrido, aparecían las consignas:
 “Momios sediciosos, no pasarán”, “No a la guerra civil”, “Poder popular para el pueblo”, “Movimiento de izquierda revolucionario. MIR”, “A organizar las milicias populares”,”Con Allende, venceremos”, “A crear las juntas de abastecimiento”, “No al fascismo”, “No a la sedición”, “A defender el gobierno del pueblo” y cientos de proclamas similares en todos los tonos y todos los tamaños.

Los días lunes por la mañana, en las escuelas públicas era usual realizar un acto matinal destacando alguna efeméride. En el patio de la Escuela, los alumnos formados por cursos frente a sus profesores entonaban el  himno nacional y contemplaban como dos de sus compañeros realizaban el izamiento de la bandera Chilena.
Ese día lunes, los alumnos y los profesores  participaron del acto conmemorativo.

Se entonó como siempre la canción Nacional.
-Buenos días niños
-Buenos días profesor.
Aquel día lunes se habló sobre la historia de Chile.
En el año 1541 se produce un levantamiento del pueblo mapuche. Son  8000 indígenas  que atacan por sorpresa el fuerte español en la ciudad de Santiago.
Las represalias por este hecho son de las más crueles y sangrientas que recuerde la historia. Gran fama por su crueldad adquiere una mujer española, Inés de Suárez.
Luego del acto se iniciaba la jornada que se interrumpía por el recreo de las 10.00 horas.
Durante el desayuno en la sala de profesores, se produce un pequeño conflicto a raíz de los recortes de prensa y los volantes que se colocan en el diario mural llamando a los profesores a cuidar y proteger el Gobierno de Salvador Allende.
La Escuela 386 tenía mucho prestigio en la comunidad de Quilicura.
Se trataba de un grupo de muy jóvenes profesores, liderados también por una mujer muy joven, quien desde el inicio fue su Directora.
Gracias al esfuerzo y a un trabajo constante de ese grupo de docentes, la población María Ruiz Tagle era reconocida en el ámbito comunal. Las familias en general sentían un gran orgullo por la Escuela, aunque los vecinos comentaban que las tendencias de los profesores eran evidentemente de izquierda. El clima que se generó desde 1969, año de su fundación hablaba de un sólido equipo humano que ante todo tenía como virtud, la unidad. Esto potenciaba enormemente el trabajo.

En la Escuela 386, las jornadas tenían horario de inicio, pero no tenían horario de término. Siempre había una actividad pendiente. Y allí estaba la Directora con los profesores estableciendo nuevos rumbos para alumnos y apoderados
Hubo un compromiso social y pedagógico del que nadie era ajeno. El trabajo constituía una verdadera trilogía de acción: alumnos, profesores y apoderados.
Los resultados eran más bien de tipo cualitativo, lo que finalmente tiene mayor repercusión en la comunidad y en el hogar, los alumnos eran actores, pintores, músicos bailarines o gimnastas.
Los profesores eran muy respetados y esto favorecía el desarrollo comunitario.
La escuela por tanto generaba algunas envidias de parte de otras comunidades docentes y generaba también anticuerpos de los políticos de la derecha que no veían con buenos ojos la influencia que la Escuela tenía en general en la comunidad de Quilicura.
Cada profesor, cada profesora ejercían un autentico liderazgo pedagógico y social y esto incidía en la cultura de los pobladores.
Era pues casi normal que entre sus miembros se generaran algunas diferencias.




Ese día lunes pasado el mediodía, luego de la jornada de clases,  me dirigí al Edificio Gabriela Mistral ubicado en la alameda Bernardo O’higgins a un costado del cerro santa Lucía.
El edificio era imponente por su estructura y presentación. Había sido construido dos años antes con el propósito de que Chile fuera el anfitrión en la recepción de la totalidad de delegaciones de las naciones unidas  en una jornada más de la UNCTAD.
En el mes de abril de 1972  se realizó en Chile la tercera conferencia mundial de comercio y desarrollo.
El edificio se construyó en tiempo record y era el orgullo de la ingeniera Chilena.
Una vez que finalizó aquel congreso, el edificio de la UNCTAD fue cedido al Ministerio de Educación para que se utilizara en congresos, seminarios, actividades culturales y todo tipo de manifestaciones populares. Allende había dicho que era “el edificio del pueblo” y fue nominado como Centro cultural metropolitano  Gabriela Mistral.


“Queremos que esa torre sea entregada, y así lo propondré, a las mujeres y a los niños chilenos, y queremos que esa placa sea la base material del gran Instituto Nacional de la Cultura. Queremos que la cultura no sea el patrimonio de una elite, sino que a ella tengan acceso -y legítimo- las grandes masas preteridas y postergadas hasta ahora, fundamentalmente, los trabajadores de la tierra, de la usina, de las empresas o el litoral”

En general la gente sentía un gran respeto por la construcción y era algo inmune a rayados y atentados. Por lo demás, los muros de la fachada principal eran de cerámica maciza casi invulnerables. Era un edificio imponente.
Siempre lucía impecable.

Cerca de las 15.00 horas me encontraba en una de las galerías subterráneas del edificio. Una hermosa y amplia sala sería inaugurada por el Instituto Búlgaro de Cultura durante esa semana, se trataba de una exposición que reunía fotografías, láminas, dibujos, textos y artesanías que  habían plasmado los alumnos de la Escuela 386 y que era el mejor homenaje al pueblo de Bulgaria.
La Escuela había puesto grandes expectativas sobre esta exposición y era probable incluso que a través de la embajada algún alumno o profesor pudiera eventualmente  viajar hacia Sofía, su capital.
En mi poder estaban todos esos trabajos y me correspondía montar la muestra a la que se invitaría a variadas personalidades.
Dispondría de toda la tarde para avanzar en el diseño de la muestra. Me acompañaron algunas personas del Instituto búlgaro, pero cerca de las 16 .00 horas me quedé solo en el salón.
El clima externo, era bastante adverso.
De hecho “La segunda”, un diario opositor al régimen de Allende y que circulaba durante la tarde, publicaba un gran titular en letras rojas  que decía: “Que renuncie”.
Los días previos las disputas entre partidarios y opositores al gobierno de Salvador Allende eran absolutamente polarizadas. El clima y la efervescencia ideológica venía en aumento desde el inicio de 1973 y sencillamente no había ningún punto de encuentro.
Los diarios exhibían  sin ningún pudor sus preferencias políticas y eran un muro más de cara a los lectores. Se había perdido la objetividad completamente y esto mismo ocurría en las radios y los canales de la TV.
El diario “Tribuna” de tendencia ultraderechista hacía diariamente un llamado a las FFAA para que intervinieran. Por su parte el diario “Puro Chile” ponía en su portada diarias denuncias de lo que era la sedición y llamaba a los chilenos a dormir “con un ojo abierto”, para defender el gobierno de la Unidad Popular.
El clima en escala un tanto menor se trasladaba a las zonas y sectores periféricos.
Quilicura era una tierra apacible y calma, no éramos más de 40.000, pero ya los ecos de la contienda habían llegado a fines del año 1969 y especialmente durante la campaña de 1970.
No había en la comuna, kioscos de revistas y periódicos, eso correspondía a la urbe, apenas un suplementero que exhibía los diarios del día cerca de la plaza de la comuna y hacía el reparto con un triciclo.
Lo que si parecía como obvio, era el desnivel de medios de comunicación que se inclinaba hacia la derecha por una serie de razones económicas que incluso como se revelaría años más tarde, incluía la política de los EEUU que tenían como objetivo derrocar el Gobierno constituido.
Quilicura al igual que el resto del país se dividía en “momios” y “comunistas”.
Los momios por la noche sintonizaban el noticiero de canal trece y los comunistas optaban por el canal siete.

Cerca de las 17.00 horas se escuchaba el eco de una manifestación de mujeres. Los partidos de derecha y oposición habían convocado a una “protesta” en la Alameda y durante la tarde se produjeron una serie de altercados frente a la sede de la Universidad de Chile y al edificio Gabriela Mistral donde me encontraba a esa hora.
La calle Alameda casi diariamente tenía manifestaciones de gran convocatoria para apoyar o rechazar el régimen de Allende.
Hasta el subterráneo llegaban el griterío de las mujeres que se habían  concentrado una vez más en gran número en la principal arteria capitalina.
Los gritos en las manifestaciones eran el condimento apropiado para exacerbar cada vez más los ánimos de los concurrentes.
“No hay carne huevón, no hay leche huevón ¿Qué chucha es lo que pasa huevón?”
Y cientos de insultos para allende y su gobierno, que iban en la dirección donde unos escasos funcionarios policiales resguardaban la seguridad.
Desde muy lejos llegaban los granos de maíz con los que las mujeres expresaban la cobardía de los militares por no intervenir en la política del país y de este modo les hacían ver que eran unos “gallinas”.
Los granos de maíz descendían por los escalones, hacia el salón donde me encontraba.
Algún temor sentí que ingresarán al edificio y me sorprendieran virtualmente solo, montando una exposición para resaltar los valores de un país socialista.
Nadie en condiciones similares podría evitar que reaccionaran con la mayor agresividad.
Pero la marcha continuó por la Alameda hacia el poniente.
Lo supuse porque el griterío se alejaba del sector.
Pasadas las 18.30 horas, luego de dejar algunas observaciones al guardia, abandoné el edificio Gabriela Mistral.
Como el trabajo del montaje de la exposición no logré terminarlo, volvería el día martes 11 de septiembre en algún horario durante el día.
Sobre los mesones quedaron las artesanías, las láminas, las  cartulinas de colores, reglas, una corchetera,  pegamentos,  plumones y una gran cantidad de fotografías en blanco y negro de nuestros alumnos. También había dos de mis trabajos elaborados en carboncillo.
Caminé hacia el centro de la capital entre manifestantes rezagados que aún permanecían en las calles. Las aceras estaban inundadas de todo tipo de volantes y papeles.
Recuerdo los titulares de los diarios en los kioscos de la calle Ahumada:
“Cada cual en su puesto de combate”, rezaba El Siglo.
“Renuncie, hágalo por Chile”, destacaba La segunda sobre un fondo verde.
 Tribuna pretendiendo ser gracioso había titulado: “Si no se echa el pollo, que cierre la puerta por fuera”.
Las letras rojas de clarín expresaban: “Sonaron los momios, al pueblo se le acabó la paciencia”.
En algún local del Centro pude comprar una bolsa de pan de molde.
Cerca de las 21.00 horas, me encontraba en la Calle Guemes 70, la casa donde vivíamos, cerca de plaza Egaña.
La cola para el pan se extendía varios metros por Larraín hacia nuestra casa y esa noche como nunca antes, la cola del pan que se compraría al día siguiente, se extendía por al menos unas cuatro cuadras.
El murmullo, las risas, los gritos y las conversaciones se prolongaron toda la noche.

1 comentario:

  1. Excelente viaje hacia el pasado reciente,q tiñó de sangre a un pueblo,q no tuvo armas...felicito lo q usted ha descrito detalladamente!!

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