Un accidentado y peligroso regreso a Quilicura.
El vehículo que venía por nosotros, tomó Vicuña Mackenna y
enfiló por Irarrázaval hacia el oriente. El tráfico ya era muy escaso. No
demoró más de media hora en llamar a nuestra casa.
En el auto estaba mi cuñada y su jefe. Pertenecían a una
fábrica de confecciones femeninas y sabiendo que nos encontraríamos
absolutamente desprotegidos, ella había llamado para trasladarnos hacia
Quilicura.
Eso fue providencial.
Salimos de inmediato y en mi interior pensé que tal vez no
volveríamos nunca más allí.
Tomamos sólo lo necesario y escasas mercaderías aceite,
detergente, fideos, té, algo de harina. Partimos raudamente hacia Quilicura.
Pero nuestro eventual conductor cometió un error.
Nuestro viaje debía tomar hacia el poniente, Quilicura se encuentra al nor poniente
de Santiago y la ruta más rápida era zigzaguear por la capital.
Pero nuestro automóvil Fiat 125 de color blanco, inició su
recorrido por Avenida Ossa, en Dirección
hacia el cerro San Cristóbal.
Nos fiamos de él, nosotros solamente conocíamos los
recorridos de “las micros”.
Era más del mediodía y la radio indicaba que conforme a lo
que se había predicho aviones de la fuerza área de chile procedían a
bombardear la casa de la Moneda.
La gente corría por las calles y los pocos vehículos que
circulaban lo hacían a gran velocidad. Santiago ya quedaba desierto y por todos
lados se divisaban los vehículos militares y la presencia de uniformados
utilizando una huincha de color blanco en el brazo izquierdo.
Yo perdí la ubicación geográfica y sólo sabía que teníamos a
la vista la cumbre del cerro San Cristóbal. Helicópteros y aviones zumbaban en
el aire y ráfagas de metralla se escuchaban constantemente.
En algunas esquinas eran detenidas algunas personas o al menos interceptadas por las patrullas.
Una de estas patrullas nos sacó de la ruta y enérgicamente nos
indicó con señales que debíamos ir hacia la cordillera.
Nuestro conductor mencionó que la calle solitaria que
tomamos no la conocía pero que iríamos hacia el norte bordeando la ladera del
cerro. La radio continuaba emitiendo comunicados.
Viajamos varios kilómetros
“Las fuerzas Armadas
y el Cuerpo de Carabineros, reitera al pueblo de Chile la absoluta unidad de
sus mandos y tropas y su decisión inquebrantada de luchar hasta las últimas
consecuencias para derrocar al Gobierno marxista.
Se reitera una vez más que la lucha no es contra el pueblo
de Chile, sino que en defensa de ese pueblo que ama la libertad. En defensa de
la mayoría absoluta que repudia el marxismo.
Esta mayoría
multitudinaria de obreros, empleados, profesionales, estudiantes y amas de casa
a todo nivel están respaldando en forma total este movimiento militar de
liberación nacional, contra el hambre, la pobreza, la miseria, el sectarismo y
los mercenarios del marxismo que estaban asesinando a nuestro pueblo.
La junta de Gobierno Militar llama a la población a mantener
la calma y exhorta a todos los ciudadanos a permanecer en sus casas y lugares
de trabajo, sin salir a las calles para evitar desgracias lamentables.”
El cerro San Cristóbal en su ladera este, para mi era
desconocido y cuando ya le dejábamos atrás, una patrulla de Carabineros que
estaba compuesta por seis uniformados nos detiene y nos ordena bajar del vehículo.
-Sus documentos señor. Y los documentos del vehículo.
-Sus cédulas de identidad.
-¿Hacia dónde se dirigen?
-Vamos hacia Quilicura.
-¿Y por qué toman esta ruta?
-Nos desvió una patrulla más atrás, unos cinco kilómetros.
-Abra la maleta del auto. Ustedes allá con las manos sobre
la cabeza. La orden había que cumplirla nos apuntaban con dos fusiles
automáticos
Hicieron sólo una inspección ocular pues comprenden que lo
que llevamos es solamente bolsas con vestuario y cosas menores.
La agresividad de su tono es bastante evidente para hacernos
una pregunta:
-¿Tienen algo que ver con la gente de más allá? Nos señala
con su vista hacia el camino.
-Nosotros vamos a Quilicura, no somos de este sector.
-Pueden continuar, vayan con mucho cuidado, no les recomiendo
seguir hacia allá.
-Pero por el momento no hay alternativas.
-Circulen.
Nosotros los cuatro ocupantes del auto ya no teníamos mucho
que comentar.
-Esta fecha es la que cambiará la historia de Chile-comentó
nuestro conductor.
-Así es – afirme yo- Sin duda que estamos escribiendo la
historia
-Espero que vivamos para contarla.
En la primera curva del camino, fuimos interceptados. Mucha
gente pobre observaba, Era algo así como la entrada a uno de los campamentos,
terrenos que en los meses anteriores los pobladores se habían tomado para
levantar sus frágiles viviendas.
Yo no lograba entender como es que estábamos allí.
Esta vez unos diez pobladores con trajes muy modestos se
acercaron a la ventanilla y observaron el interior.
Era casi obvio que portaban armas porque nunca sacaron su
mano del interior del pecho. Tenían la actitud típica de quien está armado.
-¿Para dónde van ustedes?
-Estamos buscando una salida hacia el norte, vamos a
Quilicura.
-Raro que vengan por este camino.
-¿Llevan armamento?
-No amigo, somos trabajadores y sólo queremos llegar a la
casa de nuestros padres.
-Deben ser de los fascistas que están con los milicos.
-Somos trabajadores textiles. Esto es una emergencia.
-Ah, y llevan mercadería escondida.
-No les queríamos decir pero estamos arrancando de los
militares, por eso tomamos esta ruta. Si quiere revisamos la maleta.
A unas cuadras frente a nosotros apareció una patrulla
militar y estacionó el vehículo a un costado. Del vehículo descendieron unos 10
soldados armados y miraban hacia nuestra posición.
-¡Váyanse a la mierda antes que los agarremos a balazos!
-Tranquilo compañero- le dije mientras poníamos el auto en
marcha- Esos son los enemigos.
Logramos ganar sólo dos o tres cuadras y escuchamos la orden
del oficial.
-¡Bajen todos del auto!
-¡Abajo, las manos en la nuca!
Asumo la orden pero solamente me quedo de rodillas. Es el
mensaje para que todos hagamos lo mismo.
Con un gesto les ordena a los soldados que revisen el
automóvil.
Los minutos son una eternidad. Seguramente desde lejos los
pobladores observaban la escena.
Afortunadamente los soldados no son expertos en lo que hacen
y a lo más desordenan nuestras ropas, al parecer buscan armas o propaganda.
-¿Por qué conversaban con ellos? – Pregunta enérgicamente el
oficial. Ustedes no saben que tenemos orden de disparar.
-Ellos nos amenazaron y nos detuvieron, fue una suerte que
apareciera esta patrulla.
-Teníamos mucho temor de que nos hicieran algo.
-Nunca hemos andado por acá, ni siquiera sabemos donde
estamos.
-Buscamos el camino que nos lleve a Quilicura. Vamos para
allá.
-¿Qué les dijeron ellos?-Inquirió el oficial algo más sereno
-Nos preguntaron si teníamos armas o mercaderías.
-¿Los amenazaron con armas?
- No, sólo se acercaron a la ventanilla y cuando vieron la
patrulla como que se
asustaron.
-Bien, rápido arriba, aléjense de aquí. Suban al vehículo.
Nuestro conductor está evidentemente muy nervioso y emprende
la marcha.
Una ráfaga de metrallas a nuestras espaldas nos detiene la
respiración.
-Vamos.
La ruta es interminable, es un callejón sin pavimento que
circunda la última parte del cerro y que al parecer nos lleva hacia el
poniente.
Por fin logro reconocer que estamos cerca de Recoleta pero
más bien hacia la cordillera.
Al parecer hemos ido a dar un gran rodeo hacia Vitacura y
ahora estamos tomando la ruta de regreso y atravesaremos Recoleta pero hacia el
norte por caminos que no logramos identificar.
Al menos surge una ruta que está pavimentada.
Una patrulla de militares y soldados controla a los escasos
vehículos que han tomado este sector. Hay dos autos antes de nosotros, pero los
pasajeros no han descendido del vehículo.. Hemos recorrido cerca de 80 kilómetros .
La guardia con el fusil en posición, resguarda a los
oficiales que hacen los controles.
-Sus documentos y la cédula de identidad.
-¿Hacia donde van?
-Vamos a Quilicura, estamos buscando una ruta hacia el
norte. Nos desviaron hacia acá.
-Les queda poco tiempo. Les informo que justamente a esta
hora se está iniciando el toque de queda. Nadie podrá seguir en circulación.
-Vayan con mucha precaución, porque todas las patrullas
tienen orden de disparar.
-Abra la maleta por favor señor.
La inspección es rápida.
-Prosigan, adelante
Nosotros ya un tanto habituados al “trámite”, esta vez
actuamos con mucho más calma sabiendo además que la patrulla sólo tenía
intención de realizar un control.
El cielo continuaba amenazante y en la altura de la ciudad
una brisa muy helada movía los arbustos en el camino. Iniciamos el descenso.
Los vehículos habían disminuido considerablemente lo mismo
que las personas que circulaban aún por los senderos.
El camino nos condujo hacia la carretera panamericana cerca de la localidad de Lampa y por fin
pudimos tomar la ruta que esperábamos nos llevara directamente hacia Quilicura.
Por la carretera iban y venían camiones militares con sus
faroles encendidos y con los soldados en señal de guardia.
La ciudad en sus suburbios había quedado vacía y la radio
del auto que funcionaba con muchas interferencias seguía trasmitiendo marchas,
música instrumental y los bandos de la nueva Junta de Gobierno:
“La junta de Gobierno Militar advierte a la población los
siguientes puntos:
1. La Residencia Presidencial ubicada en Tomás Moro
tuvo que ser bombardeada por ofrecer resistencia con personal del GAP a las
Fuerzas Armadas y Carabineros.
2. Se advierte que a partir de este instante está
absolutamente prohibida la presencia de grupos de personas en la calles.
Las personas más adelante nombradas deberán entregarse
voluntariamente hasta las 16.30 horas, de hoy 11 de Septiembre de 1973 en el
Ministerio de Defensa Nacional. La no presentación le significará que se ponen
al margen de lo dispuesto por la
Junta de Comandantes en jefe con las consecuencias fáciles de
prever.
Carmen Gloria Aguayo, Carlos Altamirano Orrego, Clodomiro
Almeyda Medina, Laura Allende Gossen, Jorge Arrate Mc Millen, Bladimir
Arellano, Pascual Barraza Barraza, Orlando Budnevich Brown, David Baytelmann
Silva, Míreya Baltra Moreno, María Carrera Villavicencio, Julíeta Campusano
Chávez, Luis Corvalán Lepe, Bladimír Chávez Rodríguez, Jacques Chonchol Chaid,
Manuel Cavieses Donoso, Jaime Concha Lois, Naún Castro Henríquez….”
Ante nuestros ojos el
“cruce “de la
Panamericana , que nos ponía en enlace con la Calle Matta.
No había ya vehículos en circulación o la menos muy pocos.
No había ya vehículos en circulación o la menos muy pocos.
En algunos hogares se había izado la bandera de Chile y en
algunos espacios abiertos de una forma ingenua e inocente algunos niños jugaban
con volantines.
Al avanzar hacia la calle Arturo Prat, frente al fundo “La
chacarilla”, se adelanta una guardia de carabineros que junto a una patrullera
y un automóvil, nos indica que debemos detenernos.
En Quilicura, en el año 1973, existía sólo un retén con una
dotación de no más de 10 uniformados, tal vez menos.
El retén estaba ubicado junto a la plaza a un costado del
edificio municipal.
Nunca hubo grandes situaciones delictuales puesto que los
quilicuranos que aún conservaban sus costumbres y tradiciones eran gente muy
tranquila y amantes de la paz. La paz constituía un cierto orgullo para todos
nosotros, la quietud de la aldea era algo que nos hacía sentirnos auto
protegidos y no era dificultad para nadie transitar por las calles hasta altas
horas de la noche.
La cantidad de vehículos era muy menor por lo que los niños
tomaban las calles como espacios casi normales, donde jugaban “pichangas” y era
habitual ver grupos de pequeños que gritaban jugando a las “escondidas”.
La comunidad y sus
vecinos se conocían y existía un gran respeto por todos. Era pintoresco que aún
quedaban en los caminos carretones, caballos y jinetes y por lo tanto todo esto
hacía más autentica la convivencia en armonía.
Los vecinos por esta razón utilizaban las calles como vereda
y era normal que todos camináramos sin problemas por las calles solitarias.
Este retén de carabineros realizaba más bien un trabajo de
tipo administrativo y colaboraba con los vecinos en problemas de comunicación y
salud. Nunca existió la represión porque las gentes eran respetuosas de su
función y de una forma u otra eran la real autoridad del pueblo.
Convivíamos en paz.
El personal del retén era reconocido por todos y a su vez
los uniformados de verde conocían perfectamente a los vecinos.
La patrulla que conformaban cuatro miembros, más los que
estaban atestados al volante de los vehículos, nos señalaron que estacionáramos
nuestro auto junto a la vereda.
Obviamente que me conocían.
Yo era profesor de la Escuela de la población y
había compartido con ellos en encuentros y ceremonias.
El Sargento que dirigía la maniobra viva a un costado de la Escuela 386.
Muchas veces yo había
compartido la mesa junto a él y su esposa. Su esposa a media cuadra del
establecimiento preparaba el almuerzo para los profesores y allí concurrían los
colegas en la hora de la colación. La
sobremesa se compartía y se extendía muchos minutos.
Nos conocíamos muy bien. A
tal extremo que la última vez que estuve allí discutimos algunos aspectos de la política social y la
situación del país.
Casi sonriendo expresó:
-Señores su documentación
-Bajen todos del vehículo y se ordenan acá a hacia la pared.
-¿Por qué andan circulando en las horas del toque de queda?
-Venimos desde la
Reina y hemos sido desviados varias veces. Debiéramos haber
llegado hace dos horas. Nos dirigimos hacia la población.
-¿Qué población?
Su trato fue muy rudo, muy agresivo. El dialogo se produjo
con constantes amenazas.
-Señores o acá acatan
las órdenes o se les envía al calabazo. Pero advierto que del calabozo los
sacaremos muy pronto y no para felicitarlos.
-Espero que sen cuenta de lo que está pasando en el país. Se
acabó el libertinaje señores.
Era notorio que disfrutaba del momento y que quería
establecer el poder que significaba estar flanqueado por fusiles.
El control fue más extenso que los anteriores y caímos en
cuenta que se trataba de una provocación para que de uno de nosotros
reaccionara.
Afortunadamente no caímos en la trampa y sin haber
programado ninguna estrategia, optamos por el silencio.
Nos dejo marchar no sin antes agregar.
Estábamos en nuestra comuna, meses antes éramos cómplices de
la quietud de la aldea y sin embargo el
trato que nos dio el sargento fue al extremo humillante y violento.
Seguimos en silencio y por fin nos encontramos en el pasaje
Sucre de la población María Ruiz Tagle de Frei.
La población había sido construida el año 1968 y
correspondía a un programa del Gobierno de Don Eduardo Frei Montalva.
En efecto a fines de los años sesenta se instauró a nueva
política para ayudar a los sectores más necesitados y desposeídos de vivienda. No podía ser de otra forma.
Al término de la década, sin duda que la necesidad de
vivienda era una de las prioridades de cualquier política social. Las
condiciones de miseria y de desamparo se acentuaban en los sectores periféricos
de la ciudad y el estado de la gente más pobre era dramático.
Fue así como surgió la “operación sitio”, una suerte de
cooperativa popular que posibilitó que mucha gente de lo más vulnerable de la
sociedad tuviese acceso a una vivienda propia.
En estas condiciones, unas 300 familias en los terrenos del antiguo y
extenso Fundo de “Lo Echevers” formaron la nueva población.
Y esta población fue reconocida como María Ruiz Tagle de
Frei.
Nos despedimos de nuestro amable conductor pensando que su
suerte sería diferente en el viaje de regreso. De hecho su ruta sería mucho más
directa.
Entre abrazos y risas nerviosas fuimos recibidos en el
rincón de aquel pasaje. La familia estaba reunida y se comentaban los hechos
que acontecían aquel histórico día.
Era evidente la alegría de tenernos allí.
Recién en ese momento, mi cuñada nos revela que su jefe
porta un maletín con mucho dinero. Son billetes. Correspondía a los sueldos de
los operarios y pasó inadvertido en los controles.
Otra hubiese sido nuestra suerte si alguien lo descubre.
La televisión tenía una programación improvisada sin
continuidad. La radio y la TV
estaban en manos de las FFAA. Todo estaba intervenido.
En Chile la TV
sólo tenía cuatro canales y esta vez estaba reducido a una interminable cadena
que no tenía ninguna programación. La televisión transmitía latamente dibujos
animados y películas antiguas. Si aparecía alguna escena no apta para ese día
era eliminada inmediatamente. Así había sido durante todo el día.
Un golpe de estado se había producido en el país y había de
este modo alterado una larga historia de sucesión de gobiernos elegidos
democráticamente. Sin embargo habían transcurrido varias horas del hecho y aún
nadie sabía quienes se auto proclamaban como gobierno de Chile. Todo era
incierto y confuso.
En las calles de la población los niños jugaban y corrían
alegremente por los pasajes. Era todo muy similar a los días de vacaciones de
fiestas patrias.
Las patrulleras y las armas no se hacían presentes aún en
estos barrios.
La tarde parecía muy tranquila.
Los bandos continuaban bajo graves amenazas para quienes no
acataran las resoluciones.
Sin embargo no era posible que yo estuviese así.
La patria, el gobierno y nuestra revolución caían a pedazos,
tantos dirigentes y “compañeros “a esa misma hora estarían sufriendo la
represión y el arbitrio, los bandos de la radio venían con una gran dosis de
odio y venganza dirigidos a los supuestos enemigos de la patria y de Chile.
Éramos nosotros.
Éramos descritos casi como discípulos del diablo y era algo
que desde esa pequeña casa de la población yo no podía contrarrestar. El poder
de las comunicaciones se hacía sentir con todo el rigor.
La fuerza del poder y de las armas a esa hora nos tenía a
todos dispersos.
Ya estábamos en un lugar seguro, por lo tanto era la hora de
intentar algo.
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